miércoles, 14 de agosto de 2013

Soy Tercero

Tomado del “Denver Post”

Aquel día, volando lejos del sol, y en formación de rombo como si fuera uno, los “Minute Men” (nombre del escuadrón), casi a la velocidad del sonido, volaron el picada hacia un campo verde pequeño que se destacaba en la plana campiña de diferentes colores de Ohio, E.U.A. Eran apenas unos minutos después de las nueve de la mañana del 7 de junio de 1958, y el destino del cuerpo de precisión de aviones de propulsión a chorro de la Fuerza Nacional Aérea era la famosa base Wright – Patterson, en las afueras de la ciudad de Dayton, Ohio.
Desde la tierra, miles de rostros miraban hacia arriba, mientras el coronel Walt Williams, el líder del grupo de aviones de propulsión a chorro Sabre, con base en Denver, maniobraba un recobro a alta velocidad. Para los pilotos de la Unidad “Minute Men”, el Coronel Williams, el Capitán Bob Cherry, el Teniente Bob Odle, el Capitán John Ferrier, y el Mayor Win Coomer, la maniobra era rutina, porque habían presentado ese mismo espectáculo cientos de veces ante millones de personas.

Los espectadores a lo largo del pasto verde y fresco veían el chorro producido por los aviones, antes que se oyera el ruido estridente de sus motores. Juzgando su maniobra de recobro, el Coronel Williams apretó el botón de su micrófono, que se encontraba en la parte superior de su garganta: “Lancen el humo ¡Ahora!” Los aviones formados en rombo se elevaron hacia el cielo color turquesa, con una cola de humo blanco siguiéndolos. La multitud quedó boquiabierta cuando de pronto los cuatro aviones se separaron, girando hacia los cuatro puntos cardinales, y dejando una hermosa flor de lis inscrita en el cielo. Esta era la famosa maniobra de este grupo llamada “el brote de una flor”. Por un minuto, la multitud se relajó, mirando a la calma belleza de esa enorme flor blanca que había brotado del hermoso prado de Ohio para llenar el enorme firmamento.

Desde el final del tallo de la flor, el Coronel Williams giró su Sabre en forma recia, cortó la cola de humo, y bajó la nariz de su avión F86 para tomar velocidad para la maniobra de cruce a baja altitud. Entonces, mirando sobre su hombro, se paralizó de terror. Lejos en el cielo, hacia el este, el avión de John Ferrier estaba girando. El piloto estaba en serias dificultades. Y su avión se dirigía hacia la pequeña ciudad de Fairborn, que quedaba al borde de la pista de aterrizaje de la base aérea Patterson. En un segundo, la hermosa mañana se había convertido en un horror. Todo el mundo lo vio y entendió; uno de los aviones estaba fuera de control.

Maniobrando su avión en la dirección del avión en problemas y volando detrás de él, Williams le ordenó urgentemente por la radio: “¡Salta John! ¡Sal de allí!” Ferrier todavía tenía tiempo y lugar suficiente para saltar del avión y salvarse. Dos veces más Williams le dio la orden: “¡Salta, Johnny! ¡Sal del avión!”

Cada vez, la respuesta que recibía Williams era una señal de humo. Él entendió inmediatamente. John Ferrier no podía alcanzar el botón del micrófono porque tenía ambas manos en la palanca del mando que se había atascado y tiraba el avión hacia la derecha. Pero el botón del humo se encontraba en la palanca, así que él respondía de la única manera en que podía, accionándolo para decirle a Walt que creía que podía mantener el avión bajo suficiente control para evitar caer en las casas de Fairborn.

De pronto, una terrible explosión sacudió la tierra, seguida de un silencio fantasmal. Walt Williams continuaba llamando por radio: “¿Johnny? ¿Dónde estás? ¡Capitán, contéstame!” no hubo respuesta. El Mayor Win Coomer, quien había volado con Ferrier por años en la Fuerza Aérea Nacional y en las aerolíneas United; y habían servido juntos en la guerra de Corea, fue el primero de la unidad en aterrizar. Él corrió hacia la escena del accidente, esperando encontrar vivo a su amigo.

En cambio, encontró a un vecindario profundamente conmovido por lo que había sucedido. El avión de propulsión a chorro Sabre del Capitán John T. Ferrier había caído a mitad de camino entre cuatro casas, en un jardín trasero. Era el único lugar donde hubiera podido caer sin matar a nadie. La explosión había hecho caer al suelo a una mujer y a varios niños, pero nadie había sido herido, con la excepción de John Ferrier quien había muerto instantáneamente.

Un desfile continuo de personas comenzó a acercarse a Coomer, quien estaba de pie en su traje de volar al lado del hoyo humeante en la tierra, donde su mejor amigo acababa de morir. “Muchos de nosotros estábamos mirando el espectáculo”, le dijo un anciano con lágrimas en los ojos a Coomer. “Cuando el piloto comenzó a dar vueltas, él se dirigía en picada hacia nosotros. Por un segundo, nos miramos los unos a los otros. Entonces, él elevó el avión y lo puso allí”.

Con profunda humildad, el hombre susurró: “Ese hombre murió por nosotros”. Unos pocos días después de ese trágico accidente, la esposa de John Ferrier, Tulle, encontró una tarjeta gastada en la billetera de él. En ella estaban las palabras “soy tercero.” Esa simple frase ilustró la vida (y la muerte) de este hombre valiente. Para él, Dios era primero, después los demás y tercero él.

* Tomado del libro "Una Luz en la Noche" del Dr. Dobson y su esposa Shirley, pág.22-24

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